Un silencio azul
Wallace. Estamos en Argentina. Que alguien
se llame Wallace me parece entre absurdo y payasesco, es como ponerle a un yanqui
Atahualpa o Adalberto. Pero lo realmente importante en este relato no es esta
ridiculez, sino Alejandra, su mujer. Una cuarentona cautivadoramente peligrosa,
ante la cual cualquier hombre (al menos heterosexual) sucumbiría sin medir las
consecuencias. La estatura perfecta, ni tan alta ni tan baja; pelo negro como
la oscuridad misma; ojos color café; sensual hasta para hacer la más mundana de
las acciones cotidianas. Su único defecto era estar casada con el único
argentino llamado Wallace. Por todo lo demás parecía la perfección hecha carne.
Hasta sus codos parecían los de un ángel y sus orejas despertaban en mí una
rara atracción, sobre todo cuando ponía detrás de ellas el pelo que estorbaba
delante de su rostro antes de ir a bañarse las mañanas que la encontraban en mi
habitación.
Sí: Alejandra y yo nos acostábamos. Unas
dos o tres veces por semana, sino más cuando su esposo viajaba por sus "negocios".
Siempre en mi casa, nunca en la de ella. Quizás porque tener sexo con otro
hombre en su cama matrimonial despertaría en ella sentimientos de culpa. No lo
sé, es lo que deduzco, nunca me atreví a preguntárselo. Y la verdad es que
tampoco era algo que me interesara mucho, después de todo tenía sexo con la
mujer más hermosa de la ciudad.
El problema comenzó cuando se te ocurrió
la brillante idea de irle con el cuento a Wallace. Al hijo de re mil putas de
Wallace. Tenías que ser un buen empleado, y digo empleado en vez de amigo
porque a tanto no llegas, aunque te encantaría. ¿Querés que te cuente una
historia sobre tu “amigo”? Es lo mínimo que podría hacer por vos dada la
situación. Wallace vivió un tiempo en Nueva York, trabajando de lo suyo aquí y allá
durante el día, y por las noches en un bar, pero como
trompetista. Iban distintos músicos de jazz a improvisar y como él era amigo
del dueño lo dejaban estar casi todas las noches, y después el público dejaba una
pequeña colaboración. Lo que cada uno considerara acorde a lo que había
escuchado. Con esas propinas (a falta de una palabra mejor) compraba sus botellas
de alcohol. Alejandra me contó que una noche él estaba un poco en pedo y mandó a volar a un negro que sin querer se había sentado en su silla. Resultó que ese
negro era Miles Davis, el mismísimo Miles. Al día siguiente cuando le
recordaron lo que había sucedido fue al bar con la intención de disculparse
ante su ídolo. Pero ya no estaba, se había ido de gira no sé bien a donde,
aunque estoy casi seguro que era algún lugar de Europa. Y no pasa un solo día sin que
Wallace se arrepienta de lo que hizo esa noche. ¿Me seguís? Un hombre hace algo
estúpido de lo que nunca puede resarcirse y después queda la nada. La nada y tu
conciencia que no te deja dormir tranquilo por la noche. Pensar que esta es
la trompeta de Wallace. Me la regaló diciendo que nunca más iba a ser tocada
por su boca. Eso es la amistad, no ir con el cuento de que su amigo se coge a
su mujer. Romper un lazo no necesariamente crea otro. Y la prueba está en que
cuando me dijo quien había sido el delator yo le dije que te iba a matar,y él
calló unos segundos para después decir: está bien, pero después vení a verme.
En síntesis: por un lado te quiero re cagar a trompadas hasta que ya no
respires, pero por otro sé que eso me lleva inexorablemente a encontrarme con
mi amigo y que sea lo que tenga que ser. O ser muerto (que no está en mis
planes), o darle muerte a él (que tampoco es algo que desee). Por eso nos vamos
a quedar acá encerrados. Horas, semanas, años si es necesario. Todo lo que
lleve dilatar ese momento de la verdad. Envejeceremos juntos. Preferiría
haberlo hecho con Alejandra y vos seguramente con alguna novia de turno, pero
es mejor que la muerte. Sentite afortunado, tengo discos de Miles, Coltrane, Baker, Hackett, todos los grandes. Me olvidé de contarte que aprendí a
tocar la trompeta en mis tiempos libres, y aunque debo decir que no toco tan
bien como Wallace, tus oídos no sangrarán. Al menos no por mi música. Por lo
demás... no te prometo nada.
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