Zona de peligro

Bombo. Redoblante. Platillo. Su cuerpo no sólo se mueve. Ni baila. Serpentea. Siempre al compás. Bombo. Se curva la espalda. Redoblante. Aprecio la profundidad de su pelo. Platillo. Dibuja formas en el aire con sus brazos.
Desconozco si es producto de mi imaginación, pero rodeando su figura se forma una neblina que borra de mi campo visual a todos a su alrededor. La neblina adopta los colores de las luces en la pista. Rojo. Veo rojo, azul, amarillo, naranja, verde, violeta. Tonos lisérgicos que me acercan hacia el trance. Yo entro sin querer ni poder ofrecer resistencia. Lo que ofrezco sí es mi cuerpo, que aunque en vez de serpentear corcovee, es un cuerpo siempre listo. Al pie del cañón. Retumba el bombo. Golpea el redoblante. Estalla el platillo.
Ella sigue ahí. El bajo suelta las notas. Hay un breve cruce de miradas. Mi cabeza explota en adrenalina. Mis venas laten al unísono con la perpetuidad del bombo. Disparan sobre mí a quemarropa la sensualidad y el miedo. Su belleza me intimida. Busco en mi boca palabras para romper el hielo, pero nada. Me hago chiquito y vuelo hacia sus pelo lacio teñido por las luces que le llega al hombro en carré. Mientras el cantante, flaco, de cara chupada y voz aguda canta mi sentir.
La encaro. A medida que me acerco, la neblina se hace niebla. Me invade un mareo. Choco cuerpos en el camino hacia la morena sin nombre. Ya casi llego. Un último esfuerzo. Le toco el hombro. Al voltear sus ojos amarillos y su sonrisa me empujan hacia atrás. Todo retrocede.
Bombo. Redoblante. Platillo. Su cuerpo no sólo se mueve. Ni baila. Serpentea. Se ondula su columna como si fuera a partirse al medio, pero siempre vuelve a su forma original. Buceo en las curvas de su cuerpo que parece de terciopelo en ese vestido a rayas blanco y negro. Vuelvo a hacerme chiquito, me sumerjo en la niebla y en el deseo, pero nunca en ella. Me quedo en su hombro, lo único que sienten mis yemas. Así, una y otra vez. Ella sonríe y retrocedo. Sonríe con todo lo que es. Sonríe con sus ojos. Con sus manos. Me llega cierto aire diabólico a través de esa acción. Y ya no sé si soy ayer o mañana. Y ya no sé si el cielo está arriba, abajo o dentro de mí. Y aunque el paisaje sea tan extraño creo haber estado aquí. Aquí y en ningún lugar. Con ella sin ella. Presente pero invisible. Una sombra del que fui la primera vez que la vi, hace no sé cuántas repeticiones atrás. Lo sigo intentando, tal vez algún día escuche su nombre antes de convertirme en piedra.

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