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Mostrando las entradas de mayo, 2020

R. y G.

Hace un año en Reno, Nevada “Extraño a Dora y a los nenes. Esto es un circo, viejo. Alrededor del ring hay mesas con faisanes, champagne, putas hermosas vestidas de gala, millonarios con guardaespaldas, camareras prácticamente en bolas sirviendo. Risotadas. Todo el mundo fuma habanos o cigarrillos o marihuana. Es una cagada, un desastre. ¿Quién puede pelear así? Ah, te tiran comida al ring si algo de lo que estás haciendo no les gusta. Pan y circo, viejo. Yo aquí no peleo más.” Esas palabras fueron dichas al amigo que oía del otro lado del teléfono. Estaba harto, pero no podía volver, y eso lo enfurecía todavía más. Sally, la esposa de Joe, le caía bien. Había dado la cara por él en un intento por calmar la furia de su marido, consiguiéndolo. Pero era consciente que eso era pan para hoy y hambre para mañana. Una noche, el champagne que servían en el cabaret, le aflojó la lengua. Y joe le advirtió que no regresara por ahí. Pero a la mañana siguiente, cuando llegó al tráiler donde v

Zona de peligro

Bombo. Redoblante. Platillo. Su cuerpo no sólo se mueve. Ni baila. Serpentea. Siempre al compás. Bombo. Se curva la espalda. Redoblante. Aprecio la profundidad de su pelo. Platillo. Dibuja formas en el aire con sus brazos. Desconozco si es producto de mi imaginación, pero rodeando su figura se forma una neblina que borra de mi campo visual a todos a su alrededor. La neblina adopta los colores de las luces en la pista. Rojo. Veo rojo, azul, amarillo, naranja, verde, violeta. Tonos lisérgicos que me acercan hacia el trance. Yo entro sin querer ni poder ofrecer resistencia. Lo que ofrezco sí es mi cuerpo, que aunque en vez de serpentear corcovee, es un cuerpo siempre listo. Al pie del cañón. Retumba el bombo. Golpea el redoblante. Estalla el platillo. Ella sigue ahí. El bajo suelta las notas. Hay un breve cruce de miradas. Mi cabeza explota en adrenalina. Mis venas laten al unísono con la perpetuidad del bombo. Disparan sobre mí a quemarropa la sensualidad y el miedo. Su belleza me intimi

Carta desde Oslo

Mi lechucita: El cielo adoptó los tonos propios de la tarde. Como en una de esas postales de ensueño que se utilizan en las campañas turísticas para promocionar algún lugar, los celestes y anaranjados atraviesan las ventanas de mis ojos y se instalan en mi ser. Lo que se dice una imagen perfecta. Una imagen recurrente desde mi arribo a Noruega, una de la que vos te enamorarías a primera vista. Sin embargo, al escribir estas líneas, no es la hora de la tarde, ni del atardecer. No. Son las 23:30 p.m. Aquí, la noche blanca ha comenzado. Sé que debido al largo tiempo que ha pasado desde mi última carta debería estar dedicando tinta a preguntarte cómo se encuentran todos, pero no me sale. Y es que te extraño, creeme, pero más extraño a mi primer amor. Mi doncella blanca, inalcanzable, ésa que en el cielo se dibuja, dando pie a lo que nosotros conocemos como noche. Ésa que nos iluminó durante tantas maratónicas jornadas de sexo, a las que seguían maratónicas jornadas de siesta intermina