Extraños en la noche
Estaba intranquilo. Su mirada viajaba de la ventana al maletín, del maletín al reloj y de nuevo a la ventana todo en un segundo. De tanto en tanto palpaba disimuladamente el revólver que descansaba en su cintura. Consumía un cigarrillo tras otro intentando inútilmente relajarse y olvidar la difícil tarea para la cual había sido contratado. Después del octavo cigarrillo sonó el teléfono asustándolo. Del otro lado se escuchó una voz ronca y potente: “espero que no te tiemble el pulso”. Antes de que pudiera contestar el anónimo cortó. Mil preguntas se cruzaron por su cabeza aunque todas sin respuesta alguna. ¿Quién sería el dueño de esa voz? ¿Cómo sabía de su tarea a cumplir? Y lo más inquietante: ¿cómo sabía que estaba dominado por los nervios? De pronto a través de la ventana un auto encendió sus luces llamando especialmente su atención. Se apagaban y se prendían intermitentemente. Al término del apagón definitivo el teléfono del bar volvió a sonar: “falta poco”. El sudor comenzó