Extraños en la noche

Estaba intranquilo. Su mirada viajaba de la ventana al maletín, del maletín al reloj y de nuevo a la ventana todo en un segundo. De tanto en tanto palpaba disimuladamente el revólver que descansaba en su cintura. Consumía un cigarrillo tras otro intentando inútilmente relajarse y olvidar la difícil tarea para la cual había sido contratado.
Después del octavo cigarrillo sonó el teléfono asustándolo. Del otro lado se escuchó una voz ronca y potente: “espero que no te tiemble el pulso”. Antes de que pudiera contestar el anónimo cortó. Mil preguntas se cruzaron por su cabeza aunque todas sin respuesta alguna. ¿Quién sería el dueño de esa voz? ¿Cómo sabía de su tarea a cumplir? Y lo más inquietante: ¿cómo sabía que estaba dominado por los nervios?
De pronto a través de la ventana un auto encendió sus luces llamando especialmente su atención. Se apagaban y se prendían intermitentemente. Al término del apagón definitivo el teléfono del bar volvió a sonar: “falta poco”. El sudor comenzó a bajar por su frente cuando comprobó en su reloj que efectivamente 5 eran los minutos necesarios para que los disparos atravesaran el silencio de la noche.
Pagó rápidamente el café, se puso el sobretodo y salió a la lluvia. Luego de caminar una veintena de metros, se dibujó ante él la silueta de un hombre de su misma estatura que sostenía un paraguas mientras su mano izquierda bajaba a la cintura buscando un arma, acto seguido el hombre sacó la suya primero y disparó sobre el hombre bajo el paraguas, que cayó boca abajo sobre el piso encharcado. El hombre se agachó para descubrirlo mientras sentía un escozor en el pecho. Giró el cuerpo de la víctima y la sorpresa que sintió al verse a sí mismo tirado y sonriendo le permitió comprender por qué aquella voz en el teléfono, aunque desconocida, le había parecido tan familiar.

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